Cada droga afecta la dopamina de manera diferente. Los opioides, como la heroína y la morfina, bloquean la percepción del dolor y generan una euforia extrema al inundar el cerebro con dopamina. La cocaína, en cambio, actúa impidiendo que la dopamina sea recapturada por las neuronas, lo que prolonga su efecto placentero. Otras sustancias, como la nicotina y el alcohol, estimulan indirectamente la liberación de dopamina, reforzando la necesidad de consumir más para mantener la sensación de placer. Independientemente del tipo de droga, todas comparten un mecanismo en común: alteran artificialmente el sistema de recompensa del cerebro, generando dependencia.
El problema es que, a medida que el cerebro se adapta a estas descargas artificiales de dopamina, empieza a producir menos de forma natural. Esto lleva a una disminución de la sensibilidad a los estímulos cotidianos. Actividades que antes generaban satisfacción, como escuchar música, hacer ejercicio o pasar tiempo con amigos, pierden su atractivo. La persona entra en un estado de apatía y desesperación, sintiendo que nada le proporciona placer excepto la droga, en este punto la adicción ya está instaurada y la ausencia de la sustancia provoca síntomas de abstinencia, mientras que su consumo momentáneamente devuelve la sensación de normalidad.
Este mecanismo es lo que hace que la adicción sea tan difícil de superar. La reducción de receptores de dopamina en el cerebro provoca que la persona experimente anhedonia, es decir, una incapacidad para sentir placer con actividades normales. Por eso, quienes intentan dejar una sustancia suelen sentirse deprimidos, ansiosos y desmotivados, lo que refuerza el deseo de volver a consumir. A nivel neurológico, la adicción no es solo una cuestión de voluntad, sino una enfermedad que altera el equilibrio químico del cerebro.
Sin embargo, la recuperación es posible. Aunque el sistema de recompensa se ve afectado, con el tiempo y con la ayuda adecuada, el cerebro puede restablecer su equilibrio. Aquí es donde la terapia y el apoyo profesional juegan un papel fundamental. Psicólogos, psiquiatras y especialistas en adicciones pueden ayudar a desarrollar estrategias para lidiar con la abstinencia y la falta de motivación, al tiempo que se trabaja para que el paciente acepte su trastorno y con ello la abstinencia. La terapia y el acompañamiento grupal han demostrado ser eficaces para reentrenar el cerebro y recuperar el placer en la vida sin necesidad de sustancias.
La clave para salir de la adicción no está en la fuerza de voluntad, sino en comprender cómo funciona el cerebro y buscar ayuda profesional. La recuperación no es fácil ni inmediata, pero con el tratamiento adecuado y un entorno de apoyo, es posible liberar al cerebro de su prisión química y recuperar el control sobre la propia vida.

