En primer lugar, hay que aclarar que no necesariamente nuestros hijos probarán drogas por el solo hecho de ser adolescentes o, si lo hacen, puede que sea de modo esporádico o experimental sin que acabe en un consumo problemático. Dependerá en gran medida de los recursos personales que hayan desarrollado en su formación, y aquí la familia juega un rol esencial. Por ello esta guía ofrece instrumentos para ayudar a nuestros hijos a desarrollar competencias para poder gestionar las situaciones de riesgo de consumo.
Los chicos contactan con las drogas a edades cada vez más tempranas. Aspiran a ser jóvenes cuanto antes, y adoptan hábitos que identifican con esta etapa como modas de vestir, gustos musicales y en ocasiones el consumo de determinadas sustancias adictivas.
Esto ha ocurrido a lo largo de la historia; aunque cambien las formas y las maneras, las drogas han estado siempre presentes a lo largo de nuestra vida. No olvidemos que el alcohol es una droga, aceptada y consumida por una gran parte de la sociedad y, de hecho, suele ser la sustancia de inicio cuando se gesta una adicción. Incluso a edades muy tempranas, medicamos a nuestros hijos con sustancias psicoactivas legales recetadas por un médico o profesional de la salud.
No todos los adolescentes que consumen alcohol o drogas van a desarrollar una adicción. En este sentido, uno de los factores de riesgo más importantes para que se geste el trastorno es la edad de inicio. Un cerebro que está en fase de desarrollo (hasta los 21 años) es vulnerable y mucho más sensible a desarrollar una adicción, y aquí el entorno juega un rol esencial. Este es el motivo por el cual en Estados Unidos prohíben legalmente el consumo de alcohol hasta esa edad.
Cuando se les pregunta a los jóvenes en las encuestas por qué consumen drogas, las respuestas suelen ser: para divertirse, para sentirse libres e independientes, para satisfacer la curiosidad y para interactuar con los demás. Este último punto tiene gran peso y tiene que ver con la necesidad de ser aceptados, de pertenecer a un grupo; una grupalidad que se relaciona con la ritualidad: hacer “botellón” les significa principalmente un ritual colectivo de integración, más allá del hecho de consumir alcohol u otras drogas.
La infancia y adolescencia son etapas de autodescubrimiento, asociadas a la experimentación, al coqueteo con el riesgo, el alarde, la imitación. En este proceso, no tienen criterios claros sobre qué límites deben traspasarse y cuáles no. De ahí la importancia de poner límites externos y de mostrar como ejemplo un estilo de vida saludable.
La rebeldía como parte de la construcción de una identidad lleva a nuestros hijos a cuestionar las normas, aunque esto no significa que no las acepten e incluso que inconscientemente no las deseen. En realidad, la problemática es la ausencia de las mismas. Cuando los padres, por miedo a dejar de ser amigos de sus hijos, evitan poner límites, se limitan a ser meros espectadores y no aportan puntos de referencia. La figura del padre o madre “colega” tiene efectos negativos, no por el hecho de mantener con nuestros hijos relaciones de cordialidad y franqueza, si no por ignorar que ellos necesitan, e incluso demandan, figuras que les den confianza, que les aconsejen, que les impongan límites. No debemos tener miedo de prohibir, cuando la decisión está razonada.
Tampoco irnos al otro extremo, como aquellos padres que actúan desde la incomprensión y el castigo continuo y no generan confianza. La autoridad se gana con coherencia, no con autoritarismo. La familia que impone límites claros, razonables y, en lo posible, negociados, fomenta la responsabilidad y facilita la autonomía personal.
La cercanía emocional es importante, para no ser los últimos en enterarnos de sus problemas. Llegados a este punto, sería ideal que existiera un vínculo de confianza y un espacio de comunicación que anime a nuestros hijos a contarnos lo que les sucede. Si nos cuentan algo que han hecho con sus amistades buscando nuestra complicidad y lo que reciben es enojo y críticas, probablemente la próxima vez se lo pensarán antes de contárnoslo. No expresar nada ya es un problema. Los adolescentes callan por miedo a que sus padres se enfaden. Y, si ya han desarrollado una adicción, van a alejarse de nosotros y a aislarse ante a la necesidad de seguir consumiendo. Estarán a la defensiva, mentirán, negarán el problema, tendrán estados depresivos, episodios de agresividad, etcétera. En estos momentos solemos pensar que los causantes de la adicción son los amigos, la pareja o el entorno que se ha buscado. Esto no es así; ese entorno sólo es el síntoma o la consecuencia de un problema existente.
Recuperar tu vida es posible. Pedir ayuda es el primer paso.
- Los adolescentes son más sensibles a la preocupación que al reproche. Por eso, al acusarlos, interrogarlos o amenazarlos solo conseguimos alejarlos más. Se trata de, por un lado, mostrarles nuestra preocupación y, por el otro, ponerles límites que sean coherentes a la edad y situación que se presenta. Si estos límites no son respetados, acudir entonces a un profesional experto en la materia para valorar y poder diagnosticar. Contar con un diagnóstico certero es fundamental, ya que no todos los psicólogos o psiquiatras se especializan en adicciones y este trastorno muchas veces suele confundirse con depresión, bipolaridad, esquizofrenia, hiperactividad, etcétera.
- Si tienes pareja, hablar con ella para establecer una estrategia común y, si tenéis puntos de vista diferentes, negociar para que el adolescente no encuentre la fisura y pueda desviar el tema, lo cual es muy usual en estos casos. Ayuda mucho acudir a un profesional sin que el adolescente lo sepa para valorar y encontrar un punto de vista común y apartar juicios y culpas.
- Uno de los mayores errores es atribuir el conflicto a causas externas (la mala influencia de los amigos, la presión de los estudios, los conflictos en casa, la pareja que tienen; o etiquetarlos de débiles, rebeldes, etc.) ya que eso quita toda responsabilidad tanto al adolescente, como a nosotros mismos como padres. Esto claramente no ayudará ya que el primer paso para solucionar un problema, es aceptar que tenemos un problema.
- En cuanto a los límites, podemos negociar las normas menos importantes y mantenernos firmes en aquellos límites que se consideren necesarios frente a la situación, como por ejemplo horas de llegar casa, no faltar al instituto, prohibido consumir sustancias, etc.
- Si descubres que consume drogas, recuerda no juzgar, ¡ahora es cuando más te necesita! Lo primero es valorar si el consumo está generando consecuencias negativas en su vida y buscar la manera de que sea consciente y él mismo decida abandonar el consumo. Ofrécele ayuda profesional para que sienta tu apoyo y preocupación -nunca el juicio y la imposición-. Si esto no funciona, busca ayuda profesional para que te asesoren sobe cómo actuar para ayudar a tu hijo o hija. Algunas personas tienen mucha dificultad en poner límites y apoyarse en un profesional que los guíe y muestre el camino suele ser muy efectivo.
- Hay que asegurarse de que estamos frente a una adicción y no un consumo experimental. Reaccionar desproporcionadamente con quien sólo está comenzando a entrar en contacto con las drogas puede producir efectos contraproducentes. Como ya dije al principio de este post, no todos los adolescentes que consumen drogas van a desarrollar una adicción. Esto dependerá de la suma de varios factores (genéticos, entorno, contacto con la sustancia, edad de inicio, factores emocionales, etc.)
- Si no sabes cómo actuar o la situación se ha vuelto insostenible, siempre puedes pedir ayuda profesional. En CT Vallès no solo ofrecemos tratamientos personalizados para las adicciones, sino también terapia de acompañamiento y apoyo a familiares, porque entendemos que la familia cumple un papel capital en el tratamiento y sobre todo en su éxito.
Como conclusión, podríamos decir que la familia desempeña un papel sustancial para el diagnóstico y tratamiento temprano de una adicción.
Cuando el consumo de drogas por parte de nuestros hijos se convierte en problemático, es fundamental que, como padres, no nos dejemos llevar por los prejuicios de la sociedad respecto a las adicciones o por la culpa que sentimos de haber educado de manera errónea. Esto no es así. Recordemos que una adicción es un trastorno, una enfermedad que nada tiene que ver con eso; unas personas la desarrollan y otras no.
No tapemos el problema. Seamos valientes, afrontemos el conflicto, pidamos ayuda y busquemos soluciones. Cuando la salud de nuestros hijos está en peligro, nuestra obligación como padres es ofrecerles un buen tratamiento y ellos deben asumir la responsabilidad de tratarse y recuperarse.